domingo, 6 de octubre de 2013

LEYENDA DE LOS CABALLEROS DE FINOJOSA

Dice la leyenda que siendo rey Don Alfonso VI, existió un tal Munio Sancho de Finojosa, grande del Reino de Castilla, a la sazón señor de setenta caballeros. Con ellos y con sus criados acometió numerosas cabalgadas por tierra de infieles, de las que obtuvo grandes triunfos y renombre.
En una de aquellas incursiones, él y su gente encontraron a Albail y Alifa, moros principales, acompañados de numeroso séquito, que iban a unirse en matrimonio.
El caballero hidalgo tras conocer su propósito, no sólo no los mandó prender, sino que los recibió en su casa con un gran convite: hizo llevar mucho pan y mucho vino y muchas carnes, e hizo montar tablados y correr y lidiar toros.
Tras aquel feliz suceso Nuño Sancho continuó organizando algaradas, hasta que un día se enfrentó en los campos de Almenar con un poderoso ejército. Durante la sangrienta lid, cortaron un brazo al Señor de Finojosa; quien pudiendo abandonar honrosamente el combate, dijo que prefería morir en la batalla llamándose Munio Sancho a ser conocido como Munio Manco. Así, con más arrojo que fuerzas, él y toda la demás gente que componía su mesnada siguieron luchando hasta morir.
Albail, enterado de su fallecimiento y agradecido por la gentileza que este noble mostró en sus desposorios, fue a buscar el cuerpo del desdichado. Cuando dio con él, lo envolvió en una túnica roja de gran valor, lo colocó en un ataúd adornado con clavos de plata y con mucho acompañamiento llevó a San Sebastián de Silos, donde le dieron sepultura. Así el moro agradecido le pagó en muerte el buen trato que recibió de él cuando vivía.
Pero la historia no termina aquí. Aquel mismo día, el capellán del Patriarca de Jerusalén, paisano de Munio, reconoció en la ciudad santa a tan noble señor escoltado por sus hombres. Así lo comunicó a su superior, haciéndole saber que el hombre honrado en Castilla. De modo que recibieron a tan ilustre comitiva con todos los honores. invitándoles a entrar en la iglesia, donde hicieron su oración ante el sepulcro de Jesucristo.
Cuando quisieron hablarles, no vieron a ninguno. Todos pensaron que eran almas santas que habían ido allí por mandato de Dios. El Patriarca mandó comunicar a Castilla el de su aparición, a lo que se contestó que habían muerto aquí día.
Así se comprenden los dos últimos versos del epitafio Don Munio, en el que se dice que era tan fiel a su palabra que habiendo hecho voto de peregrinar a Jerusalén, y no pudiendo hacerlo en vida, lo cumplió en muerte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En el museo numantino de soria hay una estela romana reutilizada en el medievo que puede dar un giro a esta leyenda......